Cuando queremos o deseamos algo llevamos a cabo diferentes comportamientos, pero nunca nos paramos a pensar, el por qué este se dirige y se moviliza en una dirección u otra.

Esto se debe en su gran medida a la motivación, campo de estudio de un proceso de múltiples variables que activa y direccionan nuestro comportamiento.

Siendo el punto de estudio más importante, no tanto el concepto de motivación sino el comportamiento motivado o la conducta motivada, la cual es el resultado de la combinación de nuestras necesidades individuales y las metas que queremos alcanzar.

Uno de los factores a tener en cuenta en dicho área son los motivos que justifican nuestros comportamientos, es decir, cuando una persona actúa de una determinada manera, dicha acción o conducta está validada por un motivo en concreto. Por ejemplo, no es lo mismo quedar con un grupo de amigos que con un grupo de trabajo; en cada contexto tendremos un motivo diferente por el que acudimos a dicha reunión.

A veces los motivos que tenemos a la hora actuar no son directamente observables, como por ejemplo coger un vaso de agua porque tenemos sed, y tienen que ser interpretados a partir de como nos comportemos. Por ejemplo, cuando una persona en una discoteca habla con otra sin conocerse, una puede tener la intención de entablar una conversación, pero otra puede tener el motivo de mantener una relación sexual.

Lo que está claro, es que son la clave de por qué las personas actuamos o nos comportamos de diferente manera. Los motivos, se desencadenan por múltiples causas, se producen por ausencia de algo, dirigen nuestro comportamiento hacia objetivos o metas externas, “inician- dirigen- mantienen” nuestro comportamiento, nos ayudan generar diferentes alternativas de acción para lograr nuestra metas propuestas, etc.……

Por otra parte, la motivación presenta dos funciones claras:

La activación: siendo una de las variables responsables del inicio, mantenimiento, intensidad y finalización de nuestro comportamiento. Teniendo lugar, cuando una persona detecta una necesidad o percibe algo que le resulta atractivo y quiere conseguirlo. Es decir, ante un objetivo o meta nuestro organismo se activa, permitiéndonos actuar en la dirección que queremos.

La activación es una condición necesaria, pero no suficiente para desencadenar un comportamiento motivado.

Por eso entra en juego la otra función, la direccionalidad, siendo ésta la tendencia que tenemos a la hora de acercarnos o evitar un determinado objetivo o meta ( ¿Por qué un comportamiento y no otro totalmente diferente?)

El concepto de direccionalidad recoge por un lado los objetivos relacionados con el estado de necesidad biológica del organismo, como por ejemplo tener sueño, hambre o sed, y por otro lado, las metas autopropuestas influidas directamente por las situaciones y la historia de aprendizaje previo de la persona. Por ejemplo, una persona estudia el Grado en Derecho porque le gustaría ser juez.

La direccionalidad es la variable que distingue nuestro comportamiento respecto al resto de los animales.

Por lo tanto, podríamos decir que cuando nos planteamos un objetivo o actuamos de una forma determinada, dicho comportamiento está justificado por ciertas variables, y si no fuera gracias a ellas, no se sería posible conseguir aquello queremos o deseamos.