Cuando éramos novios no era así.
Era cariñoso conmigo, detallista, siempre estaba atento de que no me faltara de nada, me hacía reír, me abrazaba, cuando tenía un problema siempre me ayudaba, me escribía esas cartas que me hacían llorar de felicidad, parecía todo como un cuento de hadas donde yo era esa princesa de Disney que había encontrado a su príncipe azul.
Mis padres y mis amigas estaban encantados con él… Todas las personas que me rodeaban me decían lo mismo “Qué suerte tienes de estar con él”.
A veces cuando echo la mirada atrás y pienso por todo lo que he pasado, me hago una pregunta, ¿Cómo no me dí cuenta antes?
-Fase de acumulación de tensión-
Recuerdo que cuando nos fuimos a vivir juntos, le noté diferente. Comenzó a hablarme con desprecio, su actitud hacía mí era hostil, me hacía sentirme una tonta con sus burlas.
Nunca se me olvidarán las dos frases que me dijo: “si lo único que sabes hacer o decir son estupideces, mejor cállate” y “tú opinión no le interesa a nadie, ¿te has mirado al espejo?”.
Su preocupación hacia mí era diferente, solo le interesaba saber dónde estaba, cómo me vestía, con quién salía o hablaba por WhatsApp o Facebook.
Incluso tonta de mí, por lo pesado que se ponía, le dije mi contraseña de Facebook.
Siempre le veía molesto, irritado, nada de lo que hacía o decía le parecía bien.
En su momento traté de entender lo que sucedía, hacer todo lo que estuviera en mis manos para no ofenderle y que fuera feliz. Pero nunca cumplía sus expectativas, siempre tenía la culpa de todos sus problemas.
Hasta llegué a creérmelo y a pensar que la única culpable era yo, porque no podía creer que en tan poco tiempo una persona cambiara tanto.
Cuando estaba con mis padres, se comportaba igual que siempre, ese hombre encantador y maravillo que todo padre quiere para su hija, por eso pensaba que yo tenía el problema y era la culpable de todo. ¿Quién iba a ser si no?
-Gritaba en silencio para que alguien me ayudara pero nadie me escuchaba-
¿Cómo se me iba a pasar por la cabeza dejarle ¿Qué iban a pensar nuestros amigos y nuestras familias de nosotros.
-Fase de explosión violenta-
Habían pasado varios meses desde que no veía a mi grupo de amigos, y para no preocuparles decidí quedar con ellos.
Le dije que me acompañara para que no se enfadase y confiara en mí. Todo fue perfecto, hasta que abrí la puerta de casa, se transformó, se puso como loco.
Me dijo cosas como que era una puta, que cómo le podía hacer eso, que ya no tenía solo ojos para él, hasta me agarró de los brazos y me empujó contra la pared, tirándome al suelo.
Lo peor de todo no es que me empujara, sino que me sentía culpable por algo que no había hecho.
-Fase de luna de miel-
A los pocos minutos, al verme tirada en el suelo, se acercó a mí pidiéndome perdón, llorando, diciéndome que no había sido consciente de lo que había hecho, que no volvería a pasar.
Claro, yo al verle tan arrepentido pensé que no volvería a suceder, entonces le perdoné y acabamos haciendo el amor.
El mes siguiente fue maravilloso, volvió a ser el hombre del cual me enamoré; atento, gracioso, cariñoso…
Algo inexplicable, yo no me lo podía creer.
Nunca se me olvidará, cuando me agredió por segunda vez. Fue el día 20 de febrero de 2008.
Por diferentes razones, me tuve que quedar en la empresa que trabajaba haciendo un proyecto porque la entrega era al día siguiente y no nos daba tiempo. Entonces le llamé para que no me viniera a buscar. Mi sorpresa fue cuando abrí la puerta de casa, me estaba esperando, y sin darme cuenta se acerco a mí, me agarro del pelo y me tiró contra el suelo, al segundo lo tenía cerca de mi cara susurrándome al oído: ¿con quién has estado? eso no se lo podía hacer a él.
Nunca se me olvidará el miedo pasé, pensaba que me iba a matar.
Esta vez, no intentó pedirme perdón, ya sabía que no iba a hacer nada, tenía el control sobre mi vida y mi persona, vio reflejado el miedo en mis ojos.
Me encuentro enjaulada, necesito respirar…