Es verdad, todo por un teléfono móvil.

Otra vez me ha vuelto ha suceder lo mismo. Esto no puede ser. Al principio no me lo creía pero sí, se puede pasar de ilusión a la decepción en una tarde.

Mientras lo sostienes en las manos, de día y de noche, escribiendo por el whatsapp, viendo fotos o en facebook, uno no es consciente hasta que punto puedes llegar a depender tanto de él.

Al principio crees que lo vas a encontrar. Te paras y vuelves sobre tus propios pasos. No se piensa, solo se actúa.

Los minutos se convierten en horas… llamas y vuelves a llamar.

Los nervios, la ansiedad y la preocupación comienzan a aumentar. Buscas en sitios inhóspitos donde sabes que ahí no puede estar.

Poco a poco uno empieza a sentir unos poderes que hacen creer que lo vas a encontrar, pero a pesar de ello sabes que no va a ser así porque donde lo has perdido ya no estaba.

Sigues manteniendo la esperanza, pero sabes que en cualquier momento puede cambiar.

Cuando llamas a tus padres en vez de recibir el apoyo que esperas, lo primero que te dicen es que siempre estás igual.

Sabes que en el fondo tienen razón, pero en ese momento es lo último que necesitas.

Entonces sin quererlo se junta la desesperación, el desánimo y la frustración, convirtiendo dicha conversación en una discusión.

Las personas que te rodean te dan ánimos y te dicen que ya aparecerá.

Aunque desde un principio evitabas dicha situación, sabes que ha llegado el momento. La rabia y la desesperación se apoderan de ti, y maldices sin saber si alguien se lo ha encontrado, deseándole lo peor.

Al final como todo en la vida, todo lo que comienza tiene que acabar, entonces no te queda otra que desactivar la tarjeta y el teléfono móvil… siendo consciente de cuanto has perdido y de que nunca lo podrás recuperar.

Llegando a una única conclusión… por qué siempre me tiene que pasar a mí.