Era sábado por la noche (22:00), como cualquier otro día se me hizo tarde. Llamé a mi madre, para avisarla, de que iba a ir a cenar a casa de Marta, mientras ponía la alarma y cerraba la puerta.

En vez de bajar por el ascensor, decidí bajar por las escaleras porque llegaba tarde.

Al llegar al portal, sin darme tiempo a encender la luz, se abalanzó sobre mí.

Rápidamente con una mano me tapo la boca, y con la otra me agarró uno de mis brazos.

Totalmente inmovilizada, sin perder un segundo, me sacó del portal y me metió en el maletero de un coche.

Empecé a gritar y a dar golpes sin cesar para abrir el maletero… pero nada.

No sé cuánto tiempo pasó, ni el recorrido que hicimos hasta que paró el coche. Todo fue muy rápido. Abrió el maletero y empezó a descargar su rabia contra mí.

Cuando abrí los ojos, se me paralizó el corazón, me encontraba en un sótano rodeada de una cama, una pequeña estantería con libros, un televisor, una ducha, y un inodoro.

Durante días, estuve en un silencio absoluto, me encontraba como si estuviera al vacío. El olor a humedad estaba por todas partes y mis ojos tuvieron que acostumbrarse a luz tenue que desprendían las distintas bombillas.

Cuando le vi aparecer por primera vez por la puerta, vi en su mirada lo que venía a buscar. No articuló palabra ni esperó a que yo dijera algo.

Se dirigió hacía mí y empezó a arrancarme la ropa.

Intenté por todos los medios que no lograra su cometido, muy lentamente, golpe tras golpe me fui quedando sin fuerzas.

Día tras día, todavía sin articular palabra, tomó como rutina lo que para mí fue una pesadilla.

Llegó a un punto que empezó a darme igual lo que me hacía.

Lo único que deseaba era que me dijese cualquier cosa, que me dejase encender la televisión, escuchar la radio o algo de música, lo que fuera para romper con el silencio que me acompañaba desde el primer día.

No sé si fue el azar o simplemente estaba en sus planes, pero ese mismo día al aparecer por la puerta, en vez de tomar lo que creía que le pertenecía, comenzó a hablarme.

No fueron muchas palabras pero las suficientes para hacerme ver que algo bueno había en él.

Desde ese día, cada vez que aparecía por la puerta, me sorprendía ya fuera con libros nuevos, música, películas, platos de comida que nunca había probado en mí vida.

Arregló la calefacción y las humedades para que no pasara frío. Me trajo un reloj. Instaló una caldera para que tuviera agua caliente.

Me trataba con tal dulzura y delicadeza que consiguió que le deseara.

Me repetía una y otra vez que lo sentía pero que nunca había sentido algo tan especial por alguien y que me tenía que proteger. Que era la única persona que había en su vida.

Durante los siguientes lo meses, la rabia se fue desvaneciendo

Había algo en él que le hacía diferente.

Una magia extraña que nunca me hubiera imaginado, empezó a surgir entre los dos.

Cada día deseaba que apareciera por la puerta; sus caricias, susurros y amabilidad me mantenía con vida.

Él igual que yo, sabía que algún día me vendrían a rescatar.

Después de todos estos años, todavía le echo de menos.

¿Qué es el Síndrome de Estocolmo?

El Síndrome de Estocolmo es una respuesta psicológica donde la Víctima (Secuestro, retención o Violación), desarrolla un vinculo emocional por dependencia con una grado de complicidad con el secuestrador.

Esta respuesta psicológica se debe a las distorsiones cognitivas que tiene la víctima al malinterpretar la ausencia de violencia como un acto benévolo que tiene su secuestrador.

Síntomas más Característicos del Síndrome de Estocolmo

  • No está reconocido oficialmente como síndrome.
  • Una persona privada de su libertad acaba creando vínculos afectivos con su secuestrador que derivan en dependencia.
  • La víctima asume como propias las ideas de su secuestrador, hasta el punto de justificar los motivos que le llevaron a realizar el secuestro.
  •  La víctima rechaza la idea de ser liberada, porque siente una unión hacia su secuestrador y no quiere que se vea afectada.
  • Instinto de supervivencia. Este sentimiento desestabiliza a la victimas de tal forma que no sabe distinguiere entre lo bueno o lo malo.
  • El secuestrador muestra un comportamiento de castigo-recompensa para generar la dependencia de la víctima.
  • Las victima se siente agradecida con su secuestrador por su amabilidad, empatía pero sobre todo por el hecho de no haber querido hacerla daño físico o psicológico. Esto hace que una vez liberada no se sienta víctima. Estocolmo
  • Al pasar mucho tiempo juntos acaban desarrollando afinidades y lazos de amistad.
  • La victima y el secuestrador crean una unión en la que se ayudan mutuamente. Síndrome de Estocolmo
BORJA CUELLAR

BORJA CUELLAR

Psicológo Sanitario

Desde que cursé el Máster Oficial de Psicología Clínica y de la Salud, he ido compaginando la intervención psicológica con el diseño y desarrollo de proyectos sociales. Mientras tanto he ido complementando mi formación con distintos cursos del Colegio Oficial de psicólogos y otras instituciones.

Decidí crear el «Blog Qué Piensa un Psicólogo » para ayudar, dar a conocer de una forma creativa y diferente los entresijos de la ciencia que estudia el comportamiento humano (psicología), y como medio de aprendizaje continuo personal y profesional.